miércoles, 18 de junio de 2008

29 de diciembre


...juguemos a los plagiarios.
Anverso

El 29 de diciembre -con 29 años- era el día en que Patricia cumplía, con precisión, un día de saber que en pocos meses se convertiría en madre primeriza.


Todavía no lo asimiliaba y en su despertar había un patente deseo de creer que el día anterior no había sucedido.

Pese a lo que pudiera ella pensar o desear, era un día más.

Eligió su combinada indumentaria y luego de embellecerse, partió, como siempre lo hacía, rumbo al trabajo.

Rumbo al trabajo que siempre soñó.


A las puertas del mismo, recibió una inesperada llamada (casi no recibía llamadas, y recibía, aún menos, desde que, unilateralmente, terminó su relación con Andrés):

-Haz lo que te digan..., dijo con débil voz su padre, del otro lado.

Recién finalizada la llamada, dos hombres la abordaron y, amablemente, la condujeron hacia un vehículo.


Le dijeron que su padre estaba secuestrado y que lo fulminarían si ella, además de proveerles de alguna suma de dinero, no hacía lo que le pedían.

Habiendo llegado a su apartado y solitario apartamento, de nuevo, temió lo peor. Por ella.

Para su curiosidad, sus secuestradores sabían exactamente dónde y qué buscar.

Patricia solía pensar que guardar dinero en su hogar era particularmente más seguro. Y ese día comprobaba que, talvez, era ciertamente inseguro.

Luego se alejaron sin lastimarla, atada a una reja interna de su apartamento.

Reverso

El Sr. Alberto disfrutó su viudo café con menos arte esa mañana.

El Sr. Alberto tenía cerca de 15 años de estar jubilado y su pensión era bastante generosa.


Para mitigar el ocio y el solo aburrimiento, hacía cerca de 13 años se había dedicado a cultivar su pasatiempo predilecto: la carpintería.

(Todo comenzó con realizar un mueble más complicado que una mesa -que ya tenía varias en su haber- y terminó por comprar un modesto local en el centro de la ciudad y contratar a un par de ayudantes: además de hacer lo que en verdad le gustaba, recibía algún dinero por ello).


Al salir de su casa esa mañana, dos caballeros (utilicemos este sustantivo), lo orillaron:


-Necesitamos que nos acompañes al banco.


Le explicaron con serena voz que les urgía una cantidad precisa de dinero.


Naturalmente, el Sr. Alberto se negó.


-Hemos secuestrado a tu hija, añadieron estratégicamente.


El rostro se le demudó.


Pidió prueba de ello.


Ellos hicieron una llamada.

-Solo dile a tu hija que haga lo que le decimos, ordenó con seguridad uno de los hombres al Sr. Alberto.


Él, tembloroso, ya sin dudas de la veracidad de sus acompañantes, balbuceó por teléfono:

-Haz lo que te digan...


Luego de esto, lo acompañaron al banco -era notablemente curioso que ya supiesen cuál era el banco preferido- y allí, en poquísimo tiempo, hizo el retiro de dinero.


Fuera del banco, les entregó el dinero a los caballeros, y estos lo dejaron, sin mayores explicaciones.

Canto

El Sr. Alberto se dirigió de inmediato al apartamento de su hija.

Tuvo que reconocer el sitio al que solo había ido 2 veces en 6 años.

La puerta estaba abierta y por esa razón no tuvo problemas al entrar; dentro, tuvo que reconocer también a su hija, atada a una reja.

Uno de los dos -o los dos- preguntó, al mirar al otro:

-¿Cómo estás?

Olvidaron discutir en profundidad la forma en que fueron robados y se dedicaron a conocer un poco de sus vidas.

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