He cometido el peor de los pecados...
JLB
-Súbase y yo lo llevo, dijo.
Vivíamos en una montaña donde no había transporte público y debíamos caminar aproximadamente media hora antes de poder estar en nuestro hogar. Ese día se me había hecho tarde y había anochecido. Yo caminaba con un morral escolar en la espalda y vestía mi distintivo uniforme.
No pude evaluar bien la situación. Otras veces algunas personas detenían sus vehículos y me preguntaban si quería que me dieran el aventón. Mis padres me habían dicho siempre que no aceptara ese tipo de invitaciones. Uno no sabe quién es quién. Y había que estar centrado y estar atento a los estudios, sin distracciones. A veces creo que para mis padres en esa época yo no era un ser humano entero si no terminaba de estudiar pero ¿cuándo se termina de estudiar?
Sin embargo, en esta oportunidad, fue diferente. Quizá, me intento explicar hoy, lo procesé como un mandato y no como un ofrecimiento. Pero subí al vehículo, porque me iban a llevar. Ojalá no hubiera sucedido nunca.
El conductor, al que yo no conocía, me llevó a una casa apartada por un camino que no era el regular. Durante el recorrido me preguntó sobre cuestiones que no logro precisar, creo que muchas de ellas eran sobre mi higiene personal. Yo pensaba en el regaño y el castigo que me supondría que mis padres se enteraran de este aventón.
Yo sufrí mucho. Yo no logro recordar de qué forma abusaron de mí. Ni cuánto tiempo estuve allí. Me recuerdo vagamente llorando en una casa con pocas luces, desnudo, flaco, muy limpio, luego de que logré escaparme. Recuerdo que no pude recordar ningún número telefónico y que fui conducido luego con la policía. Yo estaba en lo que me parecía una fosa séptica rural a medio construir; de allí, en algún descuido, pude salir y correr. Corrí y lloré mucho.
La relación con mis padres luego de esos terribles acontecimientos fue, sin duda, distinta. Le prestaron más atención al ser humano que hay en mí y el férreo régimen académico fue disuelto. A mis hermanos se les dejó de prestar un poco de atención y yo me sentía cuidado y protegido. Cuando, algunos años luego, retomé mis estudios, reprobé algunas asignaturas y no hubo reprimenda ni escarmientos.
-¿Por qué me pasó esto a mí?, me preguntaba. Sé que todos hablaban de mí. Fui el que fue secuestrado y abusado.
*
Aún muchos años luego en otra ciudad y teniendo, lo que algunos llaman una vida realizada (una esposa, una hija y un hijo, una casa, un vehículo, una mascota, etc.), tuve una pesadilla en la que se pormenorizaban los pasos que seguí para engañar a mis padres y librarme de las absurdas responsabilidades que deben seguir los hijos para obtener un poco de paz y libertad. Me desperté y lloré. Sentí que vagué por la montaña un tiempo que no determino, libre, riendo. Sentí que sentía asco de mí y por eso me bañaba diariamente muchas veces y al mismo tiempo quería estar enterrado. No podía ser que no tuviera el valor para dedicarme al deporte, al dibujo, a la exploración rural si no lo aprobaban mis padres. No era nadie. Era un juguete humano. Pero ya no.
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