viernes, 17 de agosto de 2007

Historias familiares (I)


Mi Tía le estaba relatando una ornamentada historia a un visitante inesperado. La historia era calculada, premeditada, y daba la fría sensación que las posibilidades que sucediera eran remotísimas.

--Sí, yo la entiendo, señora, decía su interlocutor.

En el tercer sofá de la sala, tras una revista fantástica de amplios dibujos y muy escasas palabras, sumergido en un mundo magnificado por dicha de la preclara infancia, estaba mi primo: testigo silencioso de la conveniente historia de su madre.

--Como le venía diciendo, puntualizaba, fui ayer a su casa, en horas de la mañana, para pagarle el dinero que me prestó, pero no encontré a nadie allí... y tuve que gastarlo... creo que le voy a tener que pagar la próxima semana...

La expresión del hombre luego de oír esta explicación no tenía otro nombre: incredulidad.

Mi primo, con ligeros movimientos, dejó reposar su revista en el sofá y se levantó, alarmado, sorprendido por la historia de su madre y se interpuso entre aquellos dos:

--Pero mamá, dijo mientras señalaba a su madre, extrañado, si tú no saliste ayer a ninguna parte ¿por qué le dices al señor que fuiste a su casa?



***


Mi primo me cuenta esta historia 13 años después del incidente.

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