Leticia,
ya en su último año del ciclo preuniversitario, tenía que elegir a
un miembro de su familia, investigar un poco sobre éste, y elaborar
un sencillo informe sobre la principal obsesión que había
presentado. Es de general consenso que durante el desarrollo de toda
persona existe un momento en que surge una obsesión de carácter tan
trascendente, que el resto de la vida queda totalmente determinado en
torno a ella.
Para
ser diferente, Leticia se salió un poco de la norma y en lugar de
escribir sobre su padre o su madre, decidió investigar sobre un tío
abuelo, (tristemente) famoso porque había muerto en un naufragio.
Su
fuente más fidedigna de investigación eran los documentos que
tenían sus padres, puesto que sus abuelos ya habían fallecido. Los
documentos noticiosos eran solemnes y rigurosos, al punto que no
parecían que trataban de una persona que había fallecido, sino del
inventario de una tienda. Hora potencial del suceso. Modelo del
barco. Circunstancias en las que se encontró todo. No obstante, para
su sorpresa, no se hablaba del estado del cadáver. Cobraba entonces
mucho sentido que el tema del fallecimiento del tío abuelo hubiera
tenido un halo de misterio más que tristeza.
El
artículo más personal que aún se conservaba del tío abuelo, era
un diario, escrito a mano, de su último año con vida. Las notas
eran diarias, cortas, no más de un párrafo con algún pensamiento
fugaz o una anécdota breve. Leticia sabía que nadie le había
prestado atención. La palabra inicial siempre estaba ornamentada,
como en los textos antiguos. Ejemplos:
Ya
es momento de comenzar. No saludaré a nadie con
entusiasmo por este año que comienza. ¿Qué tiene de especial
felicitar a alguien por un evento astronómico? [...]
Recuperarme
es el mayor de mis objetivos [...]
Moriré:
futuro simple del verbo morir. Curioso pensar cuándo una persona
utiliza este tiempo [...]
Juzgué
inverosímiles los libros divinos. Dios no
existe [...]
Hacia
la mitad del diario, en una página, se hacía un acróstico. Nadie
le había comentado nada sobre el acróstico. Esto, sin embargo, le
dio la idea de unir las palabras iniciales del diario. El resultado:
Ya no tolero la forma en la que estoy viviendo. Mis familiares me
asfixian. No represento nada para ellos, pese a haber realizado las
proyecciones que ellos desearon para mí. Mi alegría está casi
extinta. Estoy muy cansado. Todos los días son un terrible
sufrimiento. Coqueteo con acabar con mi vida, pero concluyo que una
estrategia superior -egoísta y superior- es acabar con todos los que
me atormentan. Sacarlos de en medio. Finalmente mi felicidad es lo
que está en juego. Recuperarme está en juego. Aprender a vivir está
en juego. Me consumo. Es un tiempo para aprender disciplina. Sin
embargo, la idea de no tener a toda esta gente atormentándome me
regala un poco de esperanza.
No moriré en el accidente en el bote.
Decidí ser otra persona. Compré documentos. Generé la
silenciosa historia de otro, que encarné. Me mudaré de país. Tasé
lo intasable y juzgué que desaparecer es más valioso que el
sufrimiento que se generará por mi fallecimiento. De todas formas,
solo vivo para ser un agobio para los demás. De esta manera me
deshago de todo lo que me atormenta.
Si podré tolerarlo, no puedo decir aún. Si el sufrimiento
desaparecerá, no lo sé, pero si has llegado hasta acá, ya conoces
la verdad.
Leticia
finalmente había descubierto que el tío abuelo no había muerto
como se había pensado. Estaba descubriendo que tenía problemas con
el ánimo. Posiblemente ni siquiera se dieron cuenta. Como golpe,
entendió que ella, sobrina nieta, con unas semanas de revisión,
descubrió escrita su verdad. La obsesión de su tío abuelo fue
desaparecer. Y lo logró de manera excepcional.
***
Mientras
cavilaba si valía la pena exponer esta fantástica revelación a sus
familiares, apuró la entrega de un informe promedio acerca de cómo
su madre, al reflexionar en sus días de universidad sobre cómo las
mujeres estaban tornándose menos femeninas al pasar las
generaciones, decidió ser una madre muy tradicional y conservadora,
obsesivamente.